20.10.08

músculos 1 (homenaje a R. Bolaño)

Habían pasado ya varios meses desde que los sudamericanos se instalaron en casa o desde que mi hermano los invitó y yo comencé a sentirme huérfana precisamente cuando mi hermano dejó de hablar sobre nuestra orfandad. Después de la muerte de nuestros padres, cada noche escuchaba a Enric sollozar el mismo cántico encerrado en su habitación. Somos huérfanos, es un hecho indiscutible, hay que acostumbrarse. Somos huérfanos. Una y otra vez. Yo me pegaba contra la pared y le escuchaba con mucha claridad. En ese momento me daba mucha pena mi hermano y quería llevarle un tazón con leche caliente y abrazarlo, pero eso hubiera sido peor, así que al cabo de un rato, volvía a la cama y me quedaba dormida escuchando sus palabras. Por la mañana, cuando desayunábamos juntos, intentaba explicarle que en realidad no éramos estrictamente huérfanos, los huérfanos son menores de edad. Creo. Pero él enseguida me replicaba que yo era menor de edad y que su deber era cuidar de mí. En fin, el caso es que después de la llegada de los sudamericanos todo cambió.

Más que meses, habían pasado años desde que llegaron los sudamericanos, pero sólo pasaron unos cuantos meses cuando comencé a sentir mi propia orfandad. Al principio sólo podía sentir una enorme rabia que estaba enfocada hacia Florencio y Tomé, luego la dirigí hacia el resto de personas que conocía y al final cayó todo sobre mi hermano. Me costó mucho aceptar que ese pobre infeliz podía merecer tanto odio, pues, al fin y al cabo sólo había intentado cuidar de mí. No es que Enric me hubiera hecho daño alguna vez, es sólo que, de pronto, desapareció o quizá yo desaparecí antes, no lo sé, pero definitivamente fui testigo de cómo, paulatinamente, mi hermano se transformaba, se abandonaba. No sabría cómo explicarlo. Para mí era como si la única persona que creía conocer a la perfección en este mundo, se despertara una mañana con una malformación en la cara y actuara como si siempre hubiera estado ahí. Y, claro, por educación yo no le podía decir nada, pues uno no va por ahí señalando las malformaciones a una persona deforme que se cree perfecta. ¿O sí? Yo continué con la rutina que teníamos después de la muerte de nuestros padres hasta donde pude. Luego me marché, pero ya no sabría decir si él seguía en casa o no. Y a pesar de que intenté indagar y entender lo que sucedió, nunca podré decir si mi hermano era una persona culta o una persona civilizada.

Al cabo de dos semanas, tuve claro que Florencio y Tomé se quedarían un buen tiempo a vivir en nuestro piso. Por supuesto, Enric no me preguntó nada, ni siquiera hablamos del hecho de que estaban durmiendo en la habitación de nuestros padres. La verdad es que a mí no me importaba mucho que fuera la habitación de mis padres, lo mismo habría sido que fuera la de los reyes. Lo que no podía soportar era la actitud que tenía mi hermano frente a todo lo que él había conservado como sagrado. Después del accidente, yo había intentado persuadir a mi hermano de que vendiéramos la casa para mudarnos a un piso más moderno, pero él insistió en que debíamos quedarnos ahí. Que ahí estaríamos más seguros. Nunca entendí por qué. No pregunté. Él nunca traía a nadie a casa y yo, quizá por una apática inercia, tampoco solía hacerlo. Pocas veces llegué con alguien, alguna amiga, pero es que Enric era tan desagradable a veces, que prefería quedar en otro lugar. De hecho, una de las amigas que llevé a casa, que estudiaba conmigo en la academia de peluqería Malu, Monste, y que me llevaba un par de años, fue novia de mi hermano por un breve período y terminó detestándolo. Montse siempre me decía que mi hermano era una mala persona, que sólo estaba interesado en su propia felicidad, pero que no sabía como ser feliz. Yo pasaba bastante de ella, aunque hubo una época en la que no podía no escucharla, una vez me avalanché sobre ella y como resultado me suspendieron de la academia. Esto fue poco tiempo después de la llegada de los sudamericanos, algunos meses más tarde. Luego de la suspensión decidí no volver a la academia. Fue durante ese período cuando todo comenzó a cambiar de manera más evidente. Para mí era como estar viviendo en un espacio que estaba siendo distorsionado. No uno que ya era distorcionado, sino precisamente en la torcedura, en el momento en que el huracán está pasando. No me preocupaba mi salud, sabía perfectamente que podía resistir la maleabilidad de la realidad, incluso cuando yo no podía controlarla. Me preocupaba Enric, pues él parecía no darse cuenta de nada, simplemente se dejaba distorsionar y parecía contento. Sin darme cuenta, me convertí en el doble de mi hermano y en espía de su versión retorcida. Supongo que por eso decidí marcharme, por eso y por otras cosas también.


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